Cuando te pasas el embarazo pinchándote heparina, pero al ver a tu bebé sabes que volverías a pasar por ello mil veces más

Entre mi primer y mi segundo embarazo tuve varias pérdidas gestacionales. Fueron momentos muy duros y plagados de incertidumbre, en donde no faltaron las pruebas médicas para internar determinar qué estaba ocurriendo. Finalmente, me diagnosticaron un trastorno de trombofilia y me recetaron heparina de bajo peso molecular para comenzar a pincharme en el momento en que volviera a quedarme embarazada de nuevo.

Vivir un embarazo en estas circunstancias no es fácil; no solo por los inconvenientes y molestias asociadas a los pinchazos, sino por los miedos y las dudas que te asolan a cada instante, y que te impiden disfrutar de esta etapa con plenitud.

Si estás pasando por lo mismo, te comparto cómo fue mi experiencia, con el fin de ayudarte y acompañarte en este tortuoso camino con final feliz.

Pasé de un miedo irracional a las agujas, a tener que pincharme en la tripa a diario

Lo confieso: hasta hace unos años era una de esas personas a las que el estómago se le hacía un nudo cuando tenía que hacerme un análisis de sangre. Mi animadversión por las agujas estaba relacionada con mis malas experiencias durante la extracción, pues según los profesionales, tengo unas "venas demasiado finas", por lo que el momento de sacarme sangre se convertía casi siempre en una tortura.

Así que cuando el médico me explicó la causa de mis abortos de repetición y me propuso un tratamiento con heparina cuando volviera a quedarme embarazada, por un momento sentí que no iba a ser capaz. ¿Cómo voy a conseguir pincharme en la tripa a diario y durante nueve largos meses, sin desfallecer en el intento? - recuerdo que me preguntaba en bucle.

Las semanas que transcurrieron entre el diagnóstico médico y un nuevo embarazo fueron bastante convulsas a nivel emocional. Por un lado, me sentía feliz y esperanzada por haber puesto nombre y tratamiento a lo que me ocurría, pero por otro, se apoderaron de mí el miedo y las dudas sobre si sería capaz de afrontar un embarazo en aquellas circunstancias.

El primer pinchazo, un momento especialmente emotivo

Y por fin llegó el ansiado y temido momento de ver el positivo en el test de embarazo. Tocaba enfrentarme a mis miedos y ser fuerte por el bebé que venía en camino.

Nunca olvidaré lo que sentí con mi primer pinchazo de heparina. Fue mi marido quien se encargó de todo, mientras yo, hecha un manojo de nervios, cerraba los ojos y apretaba los puños. El pinchazo fue bastante molesto y yo grité como nunca lo había hecho.

Pero ahora se que aquel aullido no fue precisamente de dolor, sino fruto de toda la tensión que llevaba acumulada durante meses. Acto seguido, comencé a llorar como si alguien hubiera abierto un grifo dentro de mí. No podía parar.

Mi marido me abrazó. Ambos sabíamos lo que aquel primer pinchazo suponía: el inicio del camino hacia ese segundo bebé que tanto tiempo llevábamos buscando.

La heparina y yo: una relación de amor y odio

Después de aquel primer pinchazo, llegó otro al día siguiente, y otro un días después, y otro más... y así durante nueve largos meses (además de los 40 días postparto). En total, más de 300 inyecciones.

Todas las tardes debía administrarme la heparina a la misma hora, por lo que decidí preparar un neceser con un par de inyecciones para llevar siempre en el bolso. De este modo, si la hora de la medicación me pillaba fuera de casa, no habría problemas.

Por diversas circunstancias, he tenido que pincharme heparina durante un concierto con amigas, antes de entrar al cine con mi marido, en unos baños públicos, en la calle, en mitad de la cena de Navidad con la familia, en el coche... Con la perspectiva que da el paso del tiempo, hoy recuerdo aquellas escenas con una sonrisa en los labios, por lo anecdótico de la situación.

Odiaba la heparina con todas mis fuerzas. Odiaba tener que depender de un medicamento para que mi embarazo siguiera adelante. Odiaba tener la tripa llena de hematomas y cardenales por los pinchazos. Odiaba el momento en que mi marido me decía impotente que ya no sabía dónde más podía pincharme. Y odiaba el terrible escozor que sentía durante unos minutos cada vez que la aguja me atravesaba.

Pero al tiempo que detestaba la heparina, le estaba profundamente agradecida. Agradecida por poder disponer de un medicamento que me ayudara a conseguir mi sueño de ser madre. Agradecida de poder lucir mi tripa llena de moretones, que me hacía sentir fuerte, orgullosa y poderosa. Agradecida por cada inyección que me ponía, por cada escozor que me provocaba y por cada lágrima vertida.

Todo se olvida cuando ves la carita de tu bebé

Esta frase cobra un especial sentido cuando te toca vivir un embarazo de riesgo. Y es que si ya de por sí, el embarazo es una etapa cargada de dudas, miedos e incertidumbre, cuando tienes que enfrentarte a una gestación compleja y delicada, todo adquiere otra dimensión.

De pronto, aspectos como conocer el sexo del bebé, elegir el color de su habitación o incluso pensar en el nombre que tendrá, carecen de toda importancia. Ahora solo importa sentir a tu bebé cada día, comunicarte con él con ese lenguaje especial que solo vosotros entendéis, y comprobar con cada ecografía que la vida sigue adelante.

Porque cargar con una mochila de pérdidas gestacionales previas y un embarazo con heparina no es nada fácil. Es una mochila pesada y llena de fantasmas que no siempre te dejan disfrutar.

Una mochila de la que no te puedes desprender, pues cada noche toca abrirla de nuevo para dejar escapar otro fantasma en forma de inyección. Y puede que esa noche la inyección te traiga únicamente dolor, o puede que quizá te traiga incertidumbre, o miedo, o gratitud, o sensación de no poder más, o de todo lo contrario... Abraza cada emoción, vívela, exprésala y continúa adelante.

Nadie dijo que fuera fácil, pero te prometo que el camino recorrido bien habrá merecido la pena cuando veas la carita de tu bebé.

Fotos | iStock

En Bebés y Más | ¿Qué es un embarazo de riesgo?, Cómo es tener un embarazo con placenta previa y qué cuidados requiere: mi experiencia

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