11 hábitos que tienen en común los niños que confían en los demás

Los niños aprenden a confiar cuando crecen rodeados de coherencia, afecto y miradas que les hacen sentir seguros

Laura Ruiz Mitjana

Hay algo bonito y especial en ver a un niño que confía. En cómo te tiende la mano sin pensarlo, en cómo ofrece su juguete sin miedo a perderlo, en cómo busca tu mirada esperando encontrar ahí calma... 

Los niños que confían no lo hacen por casualidad: lo hacen porque alguien, antes, les enseñó que el mundo puede ser un lugar seguro. Y porque desarrollaron un apego seguro con sus principales figuras de cuidado. A veces ocurre que pensamos que la confianza es algo que aparece sola, pero en realidad se construye poco a poco, desde la infancia y hasta más adultos, en gestos pequeños y cotidianos. 

Son los vínculos, las palabras y las miradas las que van tejiendo esa base invisible sobre la que después se apoya todo lo demás: la seguridad emocional. ¿Cuáles son los hábitos de estos niños?

11 hábitos de los niños que confían en los demás

1) Crecen en hogares donde las emociones se validan

Los niños que confían saben que pueden sentirse tristes, enfadados o frustrados sin que nadie les cierre la puerta. En su casa no se escuchan frases como “no llores” o “eso no es para tanto”. Allí se respira comprensión: si lloran, se les abraza; si gritan, se les acompaña.

Cuando un niño aprende que sus emociones caben en su casa, aprende también que las emociones de los demás merecen respeto. Y ahí empieza a florecer la empatía.

2) Han sentido que alguien los mira de verdad

No hay nada más reparador para un niño que una mirada atenta. No de esas rápidas mientras revisas el móvil, sino una mirada sincera, de las que dicen: “te veo, te escucho, importas”.

Cuando un adulto baja a su altura y se interesa por lo que cuenta —aunque sea algo tan sencillo como un dibujo o una historia inventada—, el niño registra algo valiosísimo: “soy digno de atención”. Y así aprende a confiar, no solo en ti, sino en los demás.

3) Sus adultos cumplen lo que prometen

La confianza se construye con coherencia. Si dices que vas a ir al parque, vas. Si no puedes, lo explicas. Los niños que confían lo hacen porque han crecido con adultos que cumplen sus palabras o, al menos, las honran.

No necesitan adivinar qué va a pasar, porque su entorno es previsible. Y eso, para un niño, equivale a sentirse seguro.

4) Han visto que pedir ayuda está bien

Los niños observan más de lo que imaginamos. Cuando ven a un adulto pedir ayuda sin vergüenza, decir “no puedo solo” o aceptar apoyo, aprenden que hacerlo no es un signo de debilidad, sino de conexión.

Por eso, cuando ellos se sienten sobrepasados, no se esconden ni se bloquean: piden ayuda, porque saben que hay alguien dispuesto a escucharles.

5) Crecen con límites que protegen, no que castigan

Confiar no tiene nada que ver con dejar hacer lo que uno quiera. Los niños que confían han crecido con normas claras, explicadas con cariño y coherencia. Saben que detrás de un “no” hay cuidado, no control.

Por ejemplo: cuando una madre dice “ya no más pantallas, mañana seguimos” y cumple su palabra con calma, el niño entiende que los adultos son firmes, pero seguros. No inestables ni imprevisibles.

6) Tienen permiso para equivocarse

Los niños que confían no temen fallar porque han aprendido que el error no les pone en peligro. En su entorno, las equivocaciones se acompañan con paciencia, no con reproches.

Así, poco a poco, entienden que equivocarse no rompe los vínculos, y que los demás no van a aprovechar sus errores para herirles. Y eso les da una libertad enorme para aprender y relacionarse.

7) Han vivido la reparación

Todos los padres pierden la paciencia alguna vez, todos dicen algo de lo que luego se arrepienten. Pero los niños que confían son los que han escuchado después un “lo siento”.

Esa disculpa sincera a los hijos, que muchas veces vale más que mil explicaciones, enseña algo clave: los lazos no se rompen cuando hay conflicto, se fortalecen cuando este se repara.

Los niños que confían han aprendido que los lazos no se rompen cuando hay conflicto, sino que se fortalecen cuando este se repara.

8) Se sienten escuchados, incluso cuando se equivocan

Escuchar no es dar siempre la razón, sino tomarse en serio lo que el otro siente. Los niños que confían en los demás han experimentado la sensación de ser escuchados, incluso cuando no tenían razón.

Eso les enseña que pueden hablar sin miedo al ridículo, y que sus palabras tienen valor, aunque a veces no sean las correctas.

9) Ven a los adultos cuidarse entre ellos

La confianza también se contagia. Un niño que crece viendo respeto, afecto y coherencia entre los adultos de su entorno aprende, sin que nadie se lo explique, que las relaciones pueden ser seguras.

En cambio, si lo que ve son gritos, sarcasmos o desprecio, aprenderá que el mundo es un lugar incierto… y que acercarse demasiado duele.

10) Agradecen y reconocen lo bueno

Los niños que confían viven rodeados de reconocimiento, y saben agradecer lo que tienen. Escuchan a menudo frases como “me ha encantado jugar contigo”, “gracias por tu ayuda” o “qué detalle has tenido”.

No se trata de elogiar sin sentido, sino de nombrar lo bueno, de enseñarles que las relaciones se nutren también de palabras que suman.

11) Saben que forman parte de algo

Confiar también tiene que ver con pertenecer. Los niños que confían sienten que su voz cuenta, que pueden opinar y participar en su familia, su clase o su grupo de amigos.

Esa sensación de pertenencia de los niños, de saber que importan, les da el valor para abrirse al mundo sin miedo a que los rechacen

O con miedo pero haciéndolo a pesar de ese miedo; con una base segura para poder mostrarse tal y como son, porque saben que hay una base segura a la que regresar: y esa base son ellos mismos y sus seres queridos.

Foto | Portada (Freepik)

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