Qué es el bullying relacional y cómo afecta a niños y adolescentes

Este tipo de bullying se basa en dañar la pertenencia o reputación social del niño o adolescente y sus relaciones.

Laura Ruiz Mitjana

Hay formas de hacer daño que no dejan moratones, pero sí cicatrices. A veces no hace falta un insulto o un empujón... basta con un grupo de amigos que de repente deja de hablarte, con las risas en un chat del que te han expulsado o con miradas que te hacen sentir fuera de lugar.

Esto es el bullying relacional, un tipo de acoso sutil pero muy potente que, aunque no siempre se ve, puede romper la confianza de un niño o adolescente en los demás… y en sí mismo.

Es el “te ignoro” disfrazado de normalidad, el “no te necesito” que cala hondo en quienes buscan pertenecer. Y la realidad es que pasa más a menudo de lo que creemos.

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Qué es el bullying relacional

Este tipo de acoso, también conocido como acoso social, no implica golpes ni insultos directos. Su arma es mucho más sutil: el rumor que corre por los patios, la exclusión de los grupos, el “juego del silencio” o ignorar deliberadamente.

Se basa en dañar la pertenencia o reputación social del niño o adolescente y sus relaciones, en transmitir a los demás que “no vale la pena ser su amigo” o directamente en decir “no le invitamos”.

Se la excluye de los grupos, se manipulan sus amistades o se busca que se sienta avergonzada en público. En definitiva, su objetivo es aislar a la víctima y dañar su bienestar emocional y social.

  • Ejemplo:

Imagínate a tus hijos comiendo solos en un banco mientras el grupo riñe de risas en la esquina. Ese silencio lo dice todo: él no importa.

Implica dañar la pertenencia o reputación social del niño o adolescente y sus relaciones, transmitir a los demás que “no vale la pena ser su amigo” o decir “no le invitamos”.

Cómo afecta a su mente y emociones

Un estudio publicado en la revista Journal of School Health realizado con 5.335 estudiantes de 11‑15 años, encontró que aquellos que sufren bullying relacional semanal presentan una disminución significativa en su calidad de vida emocional.

Otro meta-análisis confirmó que este tipo de acoso es más dañino que los actos directos (empujones o insultos). Aumenta la ansiedad, la depresión e impacta mucho más en la autoestima de los jóvenes.

Y la ciencia va más allá: un estudio europeo encontró que el acoso persistente altera hasta 49 regiones del cerebro, incluyendo las responsables de regular las emociones, aprender y recordar.

Formas de manifestarse del bullying social y qué observar

  • Exclusión social: no le invitan a jugar o lo dejan fuera de planes.
  • Rumores: “circular historias que lo dejan mal”.
  • Ridiculización soterrada: “bromas” crueles que él no entiende.
  • Soledad voluntaria: se distancia para evitar dolor.

¿Por qué es tan dañino?

  1. Es oculto y constante: no deja cardenales ni pruebas tangibles, pero sí heridas emocionales y traumas psicológicos.
  2. Hay una falta de visibilidad: educadores y padres suelen detectar primero el bullying físico.
  3. Golpea la esencia: afecta la identidad, pertenencia y confianza del niño.

¿Qué podemos hacer?

  1. Detectarlo pronto: pregúntale asuntos no directos; “¿Con quién te sentaste hoy?” “¿Alguien se olvidó de invitarte al recreo?”
  2. Fomentar las redes afectivas: un estudio en Journal of Child & Family Studies reveló que relaciones sólidas con familia y compañeros previenen el impacto emocional de la victimización.
  3. Programas escolares: El protocolo finlandés KiVa demuestra que educar en empatía y trabajar en el rol del espectador reduce el acoso relacional. Por otro lado, los entrenamientos en habilidades sociales y fomentar la inclusión también ayuda.
  4. Atención profesional: los psicólogos pueden ayudar al niño a elaborar sus emociones y enseñarle estrategias de afrontamiento emocional.

Bullying relacional: la importancia de actuar pronto

El bullying relacional no está marcado con un moretón, pero sí deja huella. A largo plazo socava la autoestima, destruye la conexión social y puede condicionar el desarrollo emocional de tu hijo o hija.

Como psicóloga, te animo a observar sin invadir, acompañar sin juzgar, escuchar activamente y actuar sin miedo. Si detectas que tu hijo no quiere contar algo, se encierra en sí mismo –o se queja de “estar solo”–, clarifica el panorama y acompáñalo con amor.

Y recuerda: no esperes a que haya un problema mayor; actuemos desde el minuto uno.

Foto | Portada (Freepik)

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