Ser o no ser amigos de nuestros hijos: qué es lo mejor para ellos

Tener una buena relación con los hijos es una de las grandes aspiraciones que tenemos todos los padres. En el camino muchos nos planteamos si eso significa convertirnos en amigos de nuestros hijos. ¿Podemos -o debemos- ser amigos de nuestros hijos?

La idea de pretender ser amigos de los hijos tuvo sus inicios en el marco de la paternidad de los 80 y los 90, sin duda como una reacción a ese modelo de paternidad tradicional en el que los padres proveían y disciplinaban, ése en el que el estatus de autoridad estaba muy marcado y lo emocional no era plato principal en la mesa.

La generación de aquellos que fueron padres a finales del siglo pasado, quiso dar lo que ellos no tuvieron, salirse del encorsetamiento previo. Pero, ¿de verdad es positivo -y posible- pretender ser amigo de nuestros hijos? Quizá sea una cuestión de nombres... pero de eso hablaré un poco más adelante.

Padres, amigos... son roles diferentes

Las personas desarrollamos a lo largo de la vida, incluso a lo lardo del día y las horas, diferentes roles: somos mujeres u hombres, amigos, hijos, padres, empleados, compradores...

Los roles existen como vía de adaptación a la relación con otros y se conforman en base a las necesidades que tiene tanto el que ejerce ese rol, como el que lo recibe o interacciona con él.

Y, a pesar de que seamos siempre la misma persona, no actuamos igual ante unos y ante otros: no es lo mismo comer con tus padres que con tus amigos de toda la vida, por mucha confianza y buena relación que tengas con ambos. Tampoco eres igual cuando vas al dentista como paciente que cuando atiendes a un cliente en tu negocio, ¿verdad?

Los roles son necesarios, y cada uno aporta aspectos importantes que nos ayudan a desarrollarnos de una manera sana.

Necesitamos poder ejercer como hijos con respecto a nuestros padres, que nos cuiden, que nos atiendan, que nos acompañen... Y sí, esto también implica tener que cuidarles cuando ellos sean mayores.

También necesitamos poder ejercer como amigos, estar con personas con las que podemos hablar sin tapujos, sin sentirnos juzgados, gente con quien reír y con quien contar, personas que nos enriquecen y que son “casa” emocional.

Como decía antes, lo que recibimos que cada uno de estos grupos es distinto, de ahí que se complementen, que todos sean positivos para desarrollarnos estupendamente.

Bien, todo esto es aplicable a los niños, a los adolescentes, a nuestros hijos: necesitan a sus padres... y a sus amigos, y necesitan que no sean la misma persona.

El rol de los amigos

Los amigos, especialmente a lo largo de la infancia y en la adolescencia, son figuras fundamentales para el desarrollo de los niños.

Se les llama “los iguales” porque están en puntos evolutivos similares, porque comparte estadios de desarrollo, y por tanto experiencias vitales, anhelos, ideas, capacidades (cognitivas, emociones), intereses...

La figura del amigo como igual es irreemplazable por lo rica que es, por lo necesaria que es.

En la adolescencia, además, como etapa en la que los chicos están forjando su identidad, en la que pulen y descubren quiénes son, los iguales, los amigos son claves, de ellos aprenden, en ellos se refugian.

Esto sucede entre otras cosas porque parte de ese desarrollo de su identidad pasa por cierto rechazo a “casa”, a los padres: no tiene por qué ser algo hostil, puede ser sutil, es ese “no quiero ir el domingo porque me quiero quedar con mis amigos”.

En el grupo de iguales se sienten aceptados, comprendidos... con independencia a que en casa también tengan un ambiente confortable emocionalmente.

Somos sus padres, no sus amigos

Retomando la idea con la que empezaba este artículo, no debemos confundir no ser sus amigos con estilos de crianza rígidos o autoritarios, y tampoco ese pretender ser sus amigos con tener una buena relación, una de confianza, con nuestros hijos.

Los niños necesitan saber que estamos ahí, llueva o truene, y que tenemos herramientas que no tiene sus amigos para resolver problemas, para darles calma, para aprender... Porque tenemos una cosa muy bonita: edad y experiencia.

Nuestros hijos necesitan que haya alguien con una linterna que les alumbre en este camino tan complejo que es crecer. Necesitan que les expliquemos el mundo, que les avisemos de los peligros... y que les recojamos cuando caigan en ellos (porque no, no hay que sobreprotegerles).

Como parte de su desarrollo también necesitan darse cuenta de que los padres no somos superhéroes, que cometemos errores, que metemos la pata, y mucho (eso suele darse en la adolescencia). Y que no pasa nada.

Si rompemos la línea que separa los roles de padres y amigos quizá estemos haciendo que se pierdan algunos aspectos positivos del rol de padres... e incluso podemos hacerles pasarlo mal por ello.

Porque puedes contarle a una amiga lo mal que lo estás pasando en el trabajo, pero no lo hagas con tus hijos, al menos no con ese detalle, con la misma profundidad, porque no tienen capacidad emocional para gestionar problemas adultos, y lo que puedes conseguir es preocuparle y que tenga la sensación de que mamá está mal.

Por ejemplo, un estudio realizado sobre la relación entre madres e hijas tras un divorcio encontró que las adolescentes mostraban malestar emocional y estrés cuando sus madres las habían hecho partícipes de sus problemas a nivel laboral, personal, etc.

Estamos ahí para ellos, eso es lo importante

Es importante tener una relación de confianza: y para ello tenemos que labrarla desde bien pequeñitos.

Tienen que saber que pueden hablarnos de todo, que no les vamos a juzgar y que pueden contar con nosotros, que estamos ahí para ellos, para enseñarles y para aprender juntos.

Es importante acompañarles en su desarrollo, sin interferir excesivamente, sin dirigirles la vida al milímetro, pero sin ser simples espectadores.

El matiz semántico

Y si esto que hemos comentado en cierta forma se parece a ser amigos, si así lo vives y así lo entiendes, pues oye, adelante, no pasa nada, son solo palabras.

Pero insisto, no es lo mismo tener total confianza y compartir mil cosas con "ser amigo de tu hijo", especialmente en la dirección adulto-niño: recuerda lo que comentaba antes de sobrecargarles con los problemas y emociones de los adultos, no es justo para ellos.

Si tu hijo te cuenta sus inquietudes, sus miedos, sus anhelos, bravo por los dos, lo estáis haciendo genial, pero no sois amigos, no eres un igual, eres su padre, su madre, y eres estupendo.

Lo importante es que les proporcionemos lo que necesitan a todos los niveles, que estemos disponibles para ellos, que seamos afectuosos, que les queramos, que les enseñemos, que les recojamos cuando se caigan, que nos riamos con ellos y lloremos cuando haya que llorar... Eso es ser padres, y en realidad es genial.

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