Cuando el primer cumpleaños del bebé es el primer aniversario de un momento traumático‏

Lleva más de una semana preparando el primer cumpleaños de su hija. Parece mentira. Han pasado ya doce meses desde que nació y muchos recuerdan el momento de su nacimiento como si fuera ayer. Hoy es el gran día. Paula mira atenta y sonriente a todos los familiares que han acudido a su fiesta, pese a no entender a qué se debe tanto globo, tanta música y tanta comida.

Se apagan las luces, todos miran a la puerta expectantes y mamá se acerca a la mesa con una tarta de cumpleaños gobernada por una solitaria vela encendida con forma de número “1”, sujeto por un conocido personaje infantil.

Todos los asistentes empiezan a cantar al unísono. Paula mira asombrada la luz que se aproxima sin saber muy bien qué debe hacer. “¡Sopla Paula, sopla!” Todos rebosan alegría. Todos excepto una persona: mamá. Ha encendido la vela contenta, ha cogido el pastel expectante, ha caminado varios pasos con él, centrando la mirada en la vela y en ese preciso instante ha pensado “un año ya, un año desde que nació, un año desde que parí”. Y en ese momento, cuando debería sentirse feliz y contenta por el cumpleaños de su hija, siente algo que se clava en su pecho y nota palpitar las cicatrices de su parto, tanto las físicas como las emocionales, en el primer aniversario de un momento demasiado traumático.

Sin embargo, hace de tripas corazón y decide aplazar la aflicción. No es momento para agriarse. Paula no se lo merece.

Llega la noche y Paula duerme. Mamá acaricia su pelo y se fascina viéndola respirar, observando su rostro, sus manos y sus pies, esos perfectos pies pequeñitos que tan a menudo besa cuando le cambia el pañal. Decide retomar lo aplazado, pese a ser consciente de que va a hurgar en una herida demasiado dolorosa, que ha permanecido latente todos estos meses, nada menos que doce. Siente que es hora de pensar en ello y lo hace. Trata de recordar. Trata de representar lo que sucedió el día en que Paula nació, removiendo escombros para hallar pasajes que ella misma había ignorado, evitado y enterrado.

Se ve a sí misma en casa, respirando, cantando, viviendo con las contracciones. Se ve en el coche, camino del hospital, asustada pero contenta, preocupada pero esperanzada, imaginando cómo será su parto y se ve a sí misma tumbada en la cama, atada a los monitores, viviendo las contracciones de la mejor manera que puede.

Pide levantarse. Quiere caminar un poco porque siente dolor en la espalda, además Paula parece pedirle que cambie de posición. “No puedes levantarte. Si te levantas dejaremos de oír el monitor”. Suspira, cambia un poco de posición, y alimenta la esperanza de que todo acabe pronto y bien.

Recuerda con sufrimiento cómo varias personas entran para hacerle varios tactos. Tres, cuatro, quizás más. Ha perdido la cuenta. Ella simplemente hace lo que le dicen, sin embargo no se siente tranquila. Le asusta no saber qué va a pasar.

“Tú marido debe esperar fuera”. Viene la ginecóloga a hacer un nuevo tacto, ya que ve que todo va demasiado lento. Esta vez le duele más, “venga, ya está, no te muevas que esto no es nada”. La ginecóloga se quita el guante, se acerca a su historial y escribe algo mientras ella se baja el camisón. Finalmente se gira. “Te vamos a poner oxitocina para acelerar un poco el parto, ¿vale?, es que no dilatas demasiado. Ya le decimos a tu marido que se vaya a tomar algo mientras te ponemos la epidural”.

Ella sale y Raúl no entra. Es verdad. Le han dicho que se vaya a tomar algo. Mira al techo, asustada, mientras empieza a sentirse culpable por no ser capaz de parir. “Nueve meses del milagro de la gestación y cuando toca culminar el trabajo soy incapaz de llevarlo a cabo”.

Su cuerpo está cada vez más conectado al exterior. A los cables del monitor se suman el catéter de la epidural, conectado a su espalda y el suero con oxitocina unido a su mano. Quiere moverse, pero no lo hace. Aún podría estropearlo más si lo hiciera. Espera sola, inmóvil. ¿Han avisado a Raúl?

Minutos. Unos pocos minutos son suficientes para que el monitor empiece a pitar como un loco. Se abren las puertas rápidamente y entra la ginecóloga y dos comadronas. Hablan entre ellas y no le dicen nada. Escucha las palabras “sufrimiento” y “cesárea” que se le clavan en el pecho como una estaca. Sufre por su hija. ¿Se va a morir? ¿Está bien? ¿Tan mal lo he hecho? “Te vamos a hacer una cesárea, tu hija está haciendo sufrimiento fetal, quizás tenga una vuelta de cordón”. Ella había leído que la oxitocina provoca contracciones tan fuertes que muchos niños no las soportan y empiezan a sufrir y que la vuelta de cordón no suele ser tan problemática. Es igual, prefiere no pensar en ello, porque aún se siente más culpable si lo hace. Llora, tiene miedo y, para colmo, está sola.

Vuelve un instante al presente. Esto es demasiado doloroso. Escucha y siente su corazón palpitando demasiado acelerado. “Tranquila”, se dice a sí misma, “puedes hacerlo, debes hacerlo. Por Paula, por ti”.

Cierra los ojos, escucha su respiración y en su mente vuelve de nuevo al hospital. Está tumbada en la cama, se siente completamente desprotegida, con las pestañas aún húmedas y sin poder siquiera ponerse de pie (“no es que vaya a huir, porque he venido aquí a parir a mi hija, pero es que ni aunque quisiera podría hacerlo”). Observa el techo del pasillo que la lleva al quirófano.

“¿Va todo bien?”, “¿Cómo está mi hija?”. “Tranquila, venga, respira aquí en la mascarilla”. Mira alrededor y ve a mucha gente. Nadie le contesta a sus preguntas. Sólo recibe un “tranquila”, que nada la tranquiliza. Oye voces. Alguien está hablando. “¿Qué dice?”. “Sí, me invitó a cenar. Luego nos fuimos un rato a…”. “Por Dios, ¡están hablando de sus cosas!”

Por fin Paula “nace”, se la enseñan un momento y se la llevan. Qué guapa… “¿Está bien?”. La oye llorar y eso la tranquiliza, porque sabe que está viva. “¿Y mi niña, dónde está?”. Quiere estar con ella, quiere abrazarla, quiere… “Te vamos a llevar a reanimación. Tu hija se quedará aquí en planta”. “Pero, ¿está bien?”. No sabe, no contesta.

Las separan. Ella no quiere. Necesita estar con ella, sentir su calor y cómo se mueve en su cuerpo, tal y como estaba sintiendo hace unos minutos, pero no, las separan. Ella se queda sola, tumbada, con una extraña sensación de no haber parido todavía. Bueno, es que de hecho es verdad, piensa, “no he parido”.

Pregunta por Raúl, “¿Sabe él todo esto”? “Creo que sí”, le responden. “Y mi hija, ¿está viva?”

Vuelve al presente y se permite llorar. Esta vez sí. No quiere ahogar las lágrimas. No quiere retirarlas de su rostro. Prefiere dejar que salga todo. Prefiere sentirse miserable, tocada y hundida. Quizás así, tras la tormenta, llegue la calma.

“¿En qué momento perdí el control?”, se dice a sí misma. “Quizás cuando permití que me hicieran tantos tactos, provocándome rigidez en el cuello del útero. Quizás cuando accedí a que me pusieran un enema, pese a que es recomendable que el bebé se contamine de mis microorganismos. Quizás cuando les dejé que me tuvieran todo el día tumbada, pese a que mi cuerpo me pedía caminar. Quizás cuando dejé que aceleraran el parto porque ‘estaba dilatando poco’. Quizás cuando me sentí abandonada y sola, cuando nadie me abrazó ni me dio la mano. Quizás cuando nadie me explicó nada de lo que estaba pasando y pensaba que podía perder a mi hija. Quizás cuando mi hija pasó dos horas sin mí, en una cunita, nada más nacer. Quizás cuando quise darle el pecho y nadie me ayudaba, a pesar de que me hacía mucho daño y se me hicieron grietas. Quizás cuando todos podían cogerla y cambiarle el pañal y ella tenía que sonreír inmóvil desde la cama, sintiéndose inútil por no ser capaz de coger a su hija en brazos. A saber.”

Ya ha pasado un año y mamá ha decidido que debe pasar página. Recuerda incluso aquellos días en que evitaba pasar por delante del hospital, incluso en coche, para no tener que recordar. Necesita saber que no falló. Necesita saber que, a pesar de todo, es una mujer capaz.

¿No debería ser el primer cumpleaños de tu hija un día mágico? Sí, por supuesto, pero a veces es el primer aniversario de un momento demasiado traumático.

Foto | Flickr – troykelly
En Bebés y más | El recuerdo del dolor en el parto, Desorden de estrés postraumático por el parto, Historias de partos no respetados (vídeo), Qué es un parto normal

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