Esta es la etapa de máxima felicidad en la vida: la ciencia lo revela

El deseo de cualquier padre o madre es que sus hijos sean felices, pero lo cierto es que la felicidad es un concepto subjetivo que va variando significativamente de una persona a otra a lo largo de la vida.

No obstante, si preguntáramos a un grupo de gente qué etapa de la vida consideran la más feliz, muy probablemente la mayoría diría que la infancia. Pero, ¿qué dice la ciencia al respecto? ¿Existe una edad concreta en la que las personas seamos más felices?

Un reciente estudio llevado a cabo por la Universidad de Bochum ha revelado que sí existe una etapa de máxima felicidad en la vida, y también una edad en la que dejamos de ser tan felices.

A partir de los nueve años nunca volveremos a ser tan felices

El estudio, publicado en la web de la Asociación Americana de Psicología, se basa en un metaanálisis de 443 muestras únicas con un total de 460.902 participantes.

El objetivo de la investigación no es tanto conocer la edad en la que el ser humano es más feliz, sino proporcionar datos que ayuden a desarrollar programas de intervención específicos para fomentar el bienestar emocional en las diferentes etapas de la vida.

Para llevar a cabo el estudio se ha analizado tres parámetros centrales del bienestar subjetivo de una persona:

  • Su grado de satisfacción con la vida
  • Afecto positivo (representa el estado anímico placentero, manifestado a través de motivación, energía, sentido de pertenencia, logro, éxito...)
  • Afecto negativo (las personas con alto afecto negativo experimentan desinterés, aburrimiento, aflicción, culpa, nerviosismo, angustia, miedo, vergüenza, envidia...)

Según los datos recogidos, a la edad de nueve años se producen cambios importantes en los tres parámetros analizados, por lo que podríamos decir que a partir de esta edad ya nunca volveremos a ser igual de felices.

Satisfacción con la vida. Hasta los nueve años el grado de satisfacción con la vida es máximo, pero entre los nueve y los 16 años comienza a disminuir. Los investigadores atribuyen este ligero descenso a los cambios físicos y sociales que comienzan a producirse con la llegada de la pubertad.

Pasada esta etapa, la satisfacción con la vida se recupera y vuelve a aumentar ligeramente hasta los 70 años, para después decaer hasta los 96.

Afecto positivo. Durante la infancia y hasta la edad de nueve años, los niños experimentan el máximo grado de afecto positivo. Sin embargo, a partir de los nueve años este estado anímico placentero comienza a disminuir, y lo seguirá haciendo de forma continuada hasta los 94 años.

Aunque los investigadores no han analizado las causas de este descenso, cabe imaginar que podría deberse a la pérdida progresiva de la inocencia y de la capacidad de asombro, ilusión y creatividad que se va sucediendo a medida que crecemos.

Afecto negativo. Según los investigadores, a partir de los nueve años y hasta los 22, el afecto negativo que experimentamos sufre pequeños altibajos, si bien a partir de los 22 comienzan a descender hasta los 60 años, para luego aumentar nuevamente hasta los 87.

En resumen, hasta los nueve años los niños muestran estados emocionales positivos y la máxima satisfacción con la vida. A partir de los nueve años, el bienestar subjetivo comienza a decaer.

En el caso de la satisfacción con la vida, el descenso se produce durante la pubertad y luego se recupera, pero en el caso del afecto positivo el descenso ya será progresivo hasta llegar a la vejez.

La felicidad de los hijos: el mayor deseo de los padres

El deseo de cualquier padre o madre es que nuestros hijos sean felices. Procurarles el mayor bienestar emocional posible es una de nuestras máximas preocupaciones, de ahí que intentemos hacer siempre lo posible para que nuestros hijos tengan una vida feliz.

Sin embargo, como mencionábamos al inicio, la felicidad es un concepto subjetivo que va a variar a lo largo de la vida dependiendo de las experiencias, valores, metas y circunstancias personales de cada individuo.

En este sentido, y por mucho que nos empeñemos, los padres no podemos asegurar la máxima felicidad de nuestros hijos a lo largo de toda su vida. Pero sí podemos inculcarles hábitos felices, así como ayudarles a desarrollar una autoestima sana y fuerte que les permita enfrentarse con éxito y resiliencia a los diferentes desafíos que surgirán en su vida.

Porque realmente no deberíamos educar a nuestros hijos para fueran felices siempre, sino para que dispusieran de todas las herramientas para vivir su vida de forma plena, aprendiendo de todas las emociones y experiencias.

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