Curso de maternidad y paternidad: enfrentándonos a la indefensión aprendida

Seguimos hablando, en nuestro Curso de maternidad y paternidad, sobre la indefensión aprendida. Hoy hablaremos de situaciones en las que nuestros hijos pueden estar expuestos a ella si no se les ofrece un entorno adecuado para su experimentación y una sensación de control sobre los resultados en las tareas.

La exploración es la actividad natural de los niños, y un entorno adecuado es el que les proporciona mayores experiencias de dominio y control, para vincular sus acciones con resultados.

Por tanto, lo que realmente necesitan para seguir desarrollándose serían espacios de exploración que él mismo controle y pueda ampliar a medida que va avanzando, sin comparaciones ni uniformidad excesiva y que siempre consideren como prioritario el juego automotivado como elemento de aprendizaje básico.

Casos prácticos en la vida escolar

Sin embargo, no es necesario irnos a extremos tan terribles como los que presentaba en el tema anterior. Tampoco podemos quedarnos en la atención positiva al bebé. La indefensión aprendida también se presenta en casos prácticos de la vida diaria. El video del tema anterior, especialmente válido para el entorno escolar, es un buen ejemplo.

Recuerdo bien la experiencia escolar de mi hijo, donde le terminaba afectando la indefensión aprendida. Si algo no le salía bien, digamos algo tan tonto como colorear sin salirse o recortar, recibía un mensaje: lo hacía mal y los otros bien. La impresión que recibía, reforzada por comentarios, posiblemente inocentes, de la maestra o de los otros niños, es que era lento. Terminaba siendo evidente que perdía la confianza en él mismo y en su capacidad para seguir el ritmo.

Las “caritas tristes”, los rincones de pensar, los comentarios negativos, todo eso, en vez de producir el efecto de refuerzo que se debe pretender con ello, es un método claro para inculcar la indefensión aprendida: no van a conseguirlo, no vale la pena esforzarse. En mi opinión todas estas prácticas, tan habituales en algunas escuelas infantiles, deberían evitarse completamente.

Y esa impresión, posteriormente, la reforzaban las notas, la diferenciación entre el alumnado y las actitudes de alguna maestra que no estaba preparada para atender las necesidades emocionales de los niños.

Y es que señalar a los mejores desmotiva a los demás, no los anima, y, claramente, cuando dejan de ser etiquetados y presionados, los niños pueden recuperar el placer por aprender y la confianza en que pueden aprender todo lo que quieran.

Un estudiante que, aunque estudie o haga lo posible, repetidamente suspende, lo que aprende es que no es capaz de conseguir aprender esa materia. Que es tonto, vamos. Y seguro que habéis conocido niños que salen así de clase, convencidos de que no son tan listos como los demás.

Las personas que fracasan en sus estudios, incluso en los primeros años de Primaria, pueden terminar creyendo que no valen para estudiar. Ante eso los padres tenemos la responsabilidad de reforzar a nuestros hijos y proporcionarles un entorno educativo respetuoso que les ofrezca un avance a su ritmo sin etiquetas ni calificaciones negativas, y, por supuesto, el apoyo necesario para que puedan afrontar los retos que se les hagan más difíciles.

Casos prácticos en la vida familiar

Los estudios que se han realizado desde hace décadas sobre los mecanismos de la indefensión aprendida han demostrado que cuando somos sometidos a desgracias impredecibles aprendemos a no defendernos de ellas, creyendo que son inevitables e impredecibles.

Respecto a la educación y la crianza de nuestros hijos podemos aprender mucho de este concepto: si no somos coherentes en nuestras respuestas, si reaccionamos impredeciblemente con gritos o enfados injustificados, si señalamos a nuestros hijos como malos, tontos, caprichosos o desconsiderados, y que, hagan lo que hagan, nuestra respuesta es seguir considerándolos de ese modo, aprenderán que no vale la pena esforzarse, que siempre nos van a fallar.

Además estoy pensando en esos niños que, por el motivo que sea, no destacan en los deportes, por ejemplo. Sus padres, para hacerle “reaccionar”, lo comparan negativamente con los compañeros o los hermanos. “Corre más, es que eres un inútil”, les gritan desde la grada. Por mucho que corra nunca es suficiente, nunca llega al balón a tiempo, nunca lo hace suficientemente bien. Y el mensaje, de nuevo, es que es un inútil y que nunca, por mucho que corra, lo conseguirá. Nunca será bueno para sus padres, nunca será bueno. No vale la pena esforzarse.

Con los niños, seamos coherentes. No apliquemos castigos según nuestro humor (de hecho, yo aconsejo no castigar nunca sino usar otros métodos educativos). No etiquetemos ni califiquemos. Valoremos el esfuerzo y el logro subjetivo, y alentemos para el esfuerzo para lograr los resultados deseados.

Porque, seamos claros, las cosas necesitan esfuerzo y todos, también nuestros hijos, van a enfrentarse a frustraciones y retos que no debemos tampoco evitarles.

Entornos seguros para que los niños se autorefuercen

Los niños, naturalmente, están dotados para autoreforzarse en la consecución de sus tareas. El papel de los padres es ofrecerles entornos seguros para que experimenten desde muy pequeños.

Afrontando retos paulatinos el niño se enfrentará sanamente a la frustración y aprenderá a lidiar con ella con optimismo. Necesitan sentir que pueden dominar las cosas y abordarlas desde diferentes opciones y, por supuesto, necesitan que les transmitamos positividad hacia sus tareas o retos.

Es indispensable ofrecer a los niños un entorno de cariño, respeto y buen humor, apoyándolos, pero sin presionar ni en la alabanza desmedida ni en la crítica constante. Necesitan, como he explicado, sentir que existe un vínculo entre lo que hace y su resultado, siempre en términos razonables. Pero, si pese a todo ello, nos encontramos con rasgos de indefensión aprendida y pesimismo, podremos ayudarles a superarlo, como os contaré en un siguiente punto de nuestro Curso de maternidad y paternidad.

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