Para ser buenos padres hay cosas que no pueden faltar

Los papás y mamás actuales se encuentran muchas veces desbordados. El ritmo de vida que les arrastra les deja poco tiempo para la reflexión. Las pautas educativas han cambiado tanto en tan poco tiempo que es difícil saber como actuar en las circunstancias complicadas. A los niños les compramos muchas cosas y los apuntamos a muchas clases, a los pequeños los estimulamos pero nos cuesta renunciar al ocio adulto para jugar con ellos. Cansados, caemos en los gritos, la impaciencia y los castigos, no sabemos como manejar las situaciones. Y es que para ser buenos padres hay algunas cosas que no pueden faltar.

Lo primero es tener autocontrol. Nos enfadamos con las rabietas, caprichos y regresiones de los niños, si lloran o gritan o patalean. Les exigimos un autocontrol que ellos no tienen y que lleva tiempo desarrollar. Pero lo vergonzoso es que les exigimos ese autocontrol prematuro y lo hacemos gritando, poniéndonos furiosos y atacados de los nervios.

Los adultos somos nosotros y si no hemos aprendido a estas alturas a controlarnos ya es hora de empezar a hacerlo. Nosotros tenemos que aprender a controlarnos y a organizar nuestro devenir cotidiano de un modo que nos permita disfrutar de esa mínima calidad de vida, en vez de montar en cólera si un pequeñín se ve desbordado por el cansancio o las emociones.

Además hace falta mucha coherencia. Los niños no aprenden de lo que les decimos que está bien o está mal. Los niños aprenden de lo que hacemos. Seamos coherentes y no digamos algo que no somos capaces de cumplir.

Nada mas ridículo y vergonzoso que un padre gritándole a un niño pequeño que como vuelva a pegarle a su hermanito le parte la cara. O ese que amenaza con cosas que no cumplirá, miente descaradamente para que el niño obedezca inventando castigos de Reyes Magos que no vendrán, pero se comporta de un modo maleducado y poco cívico mientras repite ideas educativas que hasta un niño de dos años se da cuenta que su padre incumple descaradamente.

Si le dices a tu hijo que no grite, no grites tu. Si no quieres que pegue, no pegues tu. Si quieres que respete a los mayores, respeta tu a los demás, incluídos a los niños. Si no quieres que diga tacos o insulte, ya sabes lo que debes abstenerte de hacer. Si quieres que sea limpio, lávate las manos y los dientes delante de él. Si quieres que no tire papeles y que cuide su salud, no fumes delante de él, no tires las colillas al suelo y menos a su parque, y no escupas en la calle. Si quieres que lea, empieza a leerle y a leer para ti mismo. Si quieres que estudie, apaga la tele y deja de ver tanto futbol y culebrones para ponerte a aprender cosas tu. El ejemplo es fundamental.

Hay que tener empatía y saber ponernos en la piel de nuestros niños, sintiendo lo que sienten, la pena, el miedo, la alegría, los nervios. Si somos capaces de empatizar con sus emociones es mucho más sencillo comunicarnos y escucharlos, sobre todo cuando no son todavía capaces de expresar perfectamente sus sentimientos con palabras.

No burlarnos, no provocar sus miedos, no azuzarlos, no exigirles que superen emociones que los paralizan, serán beneficiosas consecuencias de la empatía activa.

Los insultos, las mofas, las amenazas y el chantaje emocional son cargas con las que quizá crecimos pero ya es hora de reconocer que son algo dañino y vergonzoso aunque sobreviviesemos a ellas. Nada de lo que nos duele o nos molesta debemos hacérselo a los niños y desde luego no sirve más que para realimentar el círculo de la violencia.

Los entenderemos, pero sólo si nos atrevemos a sentir con ellos en vez de decirles como tienen que sentirse. Y de ese modo sembraremos la confianza que se gana, que no viene de repente en la adolescencia, que hay que fomentar desde que son bebés y sienten que estamos a su lado para acunarlos cuando necesitan amor.

Ni el respeto ni la confianza se merecen por haber engendrado un vástago. Como todo lo que vale la pena, hay que ganárselo y saber conservarlo.

Añadamos a esto la indispensable flexibilidad de la que hay que proveerse. Solemos decir que NO cientos de veces al día a los niños, mientras ellos se mueven en espacios y tiempos irrespetuosos con sus ritmos y necesidades.

Decir “no” hay que decirlo, sobre todo al consumismo o a la violencia, pero hay que mantenerlo en su límite. Muchas veces, si reflexionamos, las cosas que no permitimos hacer en determinado momento podríamos haber accedido a ellas simplemente parando, olvidando esa necesidad nuestra de actuar deprisa, dejando que los niños disfruten de su derecho a explorar el mundo y la vida.

Es decir, seamos flexibles y sepamos distinguir lo verdaderamente importante de lo que podemos negociar con ellos. Y por supuesto, expliquemos nuestras negativas y límites del mejor modo adaptado a sus edades. Los niños a los que se les explican las cosas terminan entendiéndolas. A los que se les manda “porque soy tu padre“sin argumentos ni explicaciones, a los que se trata como idiotas a los que domar, a los que no se les explican las cosas, no entenderán.

El “porque yo lo digo” es un argumento muy pobre, que revela que tenemos esacasísimos recursos verbales y comunicativos. Y que nos deja en muy mal lugar delante de unos niños que nos ven como dictadores sin capacidad de negociación y que no saben explicar sus motivos o argumentos. No fomenta el que los hijos nos respeten, porque el respeto se gana y no se merece por el simple hecho de ser los padres.

Y para terminar dejo lo indispensable: la paciencia. La paciencia que hemos perdido, la que les exigimos a los niños, la que ellos tanto necesitan de nosotros. Las rachas complicadas en los procesos de crecimiento de los niños pasarán seguro. Pero los niños viven el ahora y esperar se les hace muy difícil, como mas difícil todavía es para ellos el adaptarse a nuestras ausencias. Paciencia. Somos los adultos. No lo olvidemos.

No me quiero dejar algo que creo que es casi innecesario mencionar: abrazos, besos y mimos que nunca se escatimen. Y todo el tiempo posible a su lado, conscientes, abiertos a sus necesidades emocionales y de juego. El amor nunca es en exceso.

Para nuestros hijos nadie hay en el mundo más importante que nosotros, a nadie aman más. Parar, sentarnos a su lado, entregarnos a su necesidad de nuestra presencia, darles afecto y tiempo, todo el tiempo posible, es una experiencia que nos enriquece. Y que a ellos les hace confiar en la vida y disfrutarla.

En resumen, para ser buenos padres hay cosas que no pueden faltar. No nos debe faltar el autocontrol, la coherencia, la paciencia, la flexibilidad y la empatía. Pero eso no bastará, pues ser padres es una enorme responsabilidad en la que además de educar a un hijo y acompañarle en su crecimiento, deberemos educarnos a nosotros mismos y crecer para ser mejores personas.

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