La sincera confesión de una mujer que se quedó en casa para cuidar de sus hijos

¿Quedarse en casa, sin trabajar remuneradamente, para cuidar de los hijos? Lo hicieron nuestras abuelas porque por entonces era lo que se se hacía. Lo hicieron muchas de nuestras madres (la mía trabajó con un salario de joven, pero a partir de su primera hija nunca más) y lo hacen algunas de las mujeres de ahora, probablemente con diferente resultado a nivel de expectativas, de desarrollo personal y de sensación de tener su propio tiempo y su propia vida.

Los tiempos han cambiado y lo de quedarte en casa para cuidar de tus hijos, aunque es lo que desean muchas personas (mujeres y hombres), tiene muy poco reconocimiento social. Tan poco, que muchas mujeres se sienten desaparecer del mundo, o algo así, como relata una mujer que se quedó en casa para cuidar de sus hijos y confesó que "si pudiera volver atrás, no habría optado por ser una mamá que se queda en casa".

Su nombre es Megan Blandford y dejó sus palabras y vivencias en la página DailyLife, en que cuenta que ella no había planeado ser una madre que se quedara en casa, pero que de alguna manera acabó siéndolo durante 6 años y medio.

Al nacer su primer bebé se preparó para entrar en el mundo de caos que supone trabajar y cuidar de un bebé, pero como sucede con muchas mujeres, los instintos afloran y luchan contra lo que se supone que es lo correcto, o lo que se espera de una madre en muchos círculos sociales, que no es otra cosa que agotar la baja maternal y regresar al trabajo. Pocas semanas después de empezar a trabajar sintió que ese no era el lugar donde debía estar, con una niña de semanas llorando buscando a su padre o a su madre, y renunció a volver al trabajo para quedarse en casa con ella.

Ahí empezó lo que ella denomina "el principio de mí sacrificándolo todo para hacer que mi familia fuera feliz". Algo que considera que es normal y totalmente lógico, pero a la vez poco saludable y en cierto modo una locura. Y la prueba de ello fue que su salud mental se vio seriamente afectada.

No todo fue malo, claro

Tal y como explica, tuvo mucho de positivo: vio a sus hijos crecer, alcanzar cada nuevo hito, pudo pasar los días leyéndoles cuentos, abrazarles durante horas cuando estaban enfermos y llevarlos a museos, parques y zoos.

Sin embargo, recuerda sentirse muy sola. Muy sola y con cada vez más sensación de estar perdiéndose y desapareciendo en ese lugar en el que siempre tenía que hacer lo mismo, al servicio de su familia.

Así lo recuerda cuando un día, jugando con su hija a hacer sonidos de animales llegó a pensar que si tenía que hacer un sonido más, gritaría. La niña le pidió que imitara a un caballo y ella sólo pudo echarse a llorar. "No, mamá, un caballo relincha", le dijo su hija.

Ver cómo su marido seguía con su vida

Llegó incluso a enfadarse con su marido, en cierto modo porque él podía seguir con su vida, pero ella no. Se iba a trabajar antes de que los niños se despertaran y volvía para la cena, cuando ya estaba todo hecho. Y los fines de semana él hacía cosas razonables para lo que se considera un padre de familia que trabaja: dormir un poco más, cortar el césped, ayudar a un amigo con algo... cosas que hacían que ella siguiera haciendo lo mismo que el resto de la semana.

Con el tiempo, cuando su segundo hijo empezó a dormir la siesta en su cuna, y no en sus brazos, ella pudo por fin tener ese instante de tiempo y aprovechó para decirle a su marido que tenía muchas ganas de trabajar. Él confesó que quería pasar más tiempo con los niños, y la solución se hizo evidente.

Empezó a trabajar: salió por fin de casa

Desde ese momento ha pasado un año en el que ha estado trabajando como escritora a tiempo completo. Un año en el que dice haberse recuperado, cumpliendo con su lado creativo y contribuyendo económicamente en casa. Además, tiene la excusa para poder decir que no está disponible en cada momento del día y puede escabullirse para almorzar con una amiga, y sus hijos la saludan "como si fuera alguien y no uno de los muebles que siempre están en casa".

Ha encontrado nuevos intereses y ha alimentado los antiguos, ha tenido momentos para viajar sola, sabiendo que su marido cuida de los niños; ha visto la manera de vivir fuera de las cuatro paredes de su hogar.

Ella lo explica así porque necesitaba recuperar su vida después de años de sentir que la había perdido, de dos embarazos dolorosos, de problemas con la lactancia, de enormes altibajos durante los embarazos con un fin que es el que une a todas las madres, el de cuidar de las almas de aquellos que están tan cerca que casi son parte de ellas, pero que no son ellas.

Lo difícil de expresar en palabras algo que puede generar rechazo

Y lo cuenta todo con el temor de provocar rechazo:

¿Sentirán mis hijos que no les quiero sabiendo que no me encanta cada minuto de estar con ellos, a pesar de que les amo con locura? ¿Se enfadarán conmigo las mujeres que querrían quedarse en casa, pero tienen que ir a trabajar? No lo sé. Pero cada opción tiene sus ventajas y desventajas y no se pueden imaginar la cantidad de contras que hay hasta que lo vives.

Pero es ahora cuando es feliz. Ahora que sus hijos son felices también, pero ella puede también serlo. Claro que ve lo positivo de haber cuidado de sus hijos, pero lo considera un sacrificio que no le vale la pena: ahora puede tomar decisiones que también le afecten a ella y así pueden ser perfectas para toda la familia y no solo para los demás. Por eso, si pudiera volver atrás, no volvería a hacerlo.

¿Quizás faltó comunicación?

Ahora viene cuando cada cual hace la valoración pertinente de las palabras de Megan. Habrá quien diga que "quedarse en casa es lo mejor, porque así puedes cuidar de tus hijos y que no es para tanto porque esto lleva haciéndolo toda mujer durante siglos", y habrá quien diga que "lo mejor es trabajar, porque la mujer tiene que tener independencia económica, tiene que poder realizarse y tiene que ser feliz para que sus hijos sean también felices".

La realidad es que no hay nada que sea mejor. Es decir, como ella bien dice, todo tiene sus pros y sus contras, y la decisión tiene que tomarse en base a lo que necesita una familia y lo que necesita cada uno de sus individuos, teniendo en cuenta que cuidar de uno o varios hijos supone ceder en muchos momentos, muchas cosas. Porque cuidar, criar y educar es una responsabilidad ineludible, de la madre y del padre, que obliga a dejar de hacer muchas cosas.

Yo no soy madre, pero sí padre de tres niños y pareja de una mujer que decidió quedarse en casa y que en muchos momentos también sintió que solo se dedicaba a eso, que estaba sola y que no hablaba con nadie... es el precio de vivir en una sociedad que se ha creado para que lo normal sea que los dos trabajen, pero en que la conciliación es una quimera. En esa situación, una mujer desaparece en su hogar porque no existe la "tribu", porque si te quedas en casa crías en soledad, probablemente de un modo muy diferente al que se lleva a cabo en otras sociedades (y en la nuestra hace tiempo), en que las mujeres se juntan y unen, precisamente, para apoyarse.

Vamos, que entiendo a Megan en su confesión, pero me da la sensación de que acabó explotando cuando podría haber buscado una salida antes de ello. Se ahogó entre las paredes de su casa porque sintió que ella ya no era una prioridad, cedió por completo su tiempo cuando necesitaba un poco de respiro, y no supo cómo comunicarlo o buscar apoyo en su marido ni en otras personas. Normal que diga que si pudiera, no volvería a hacerlo.

Faltó comunicación porque llegó a enfadarse con su marido. Faltó comunicación porque hay mujeres que adoran quedarse en casa para cuidar de sus hijos y tienen claro que en algún momento podrán volver a hacer cosas que antes hacían, pero hay otras que no pueden posponerlas por mucho tiempo, que no disfrutan tanto en casa y necesitan sentir que no pierden su vida en beneficio de los demás. Y las primeras no son mejores que las segundas, ni las segundas son mejores que las primeras, solo que ella sí debió sentirlo así.

Pensando que su obligación era ahogar sus sueños e inquietudes para que su familia fuera perfecta se dejó ir de tal manera que se sintió desaparecer, perdiendo el control de su tiempo, de su felicidad, y de su vida.

Y no fue capaz de buscar soluciones a tiempo: alguien que cuidara de sus hijos un rato, alguien que pudiera ir a su casa para charlar, otras madres con las que compartir inquietudes, el marido, que cuidara de los niños el fin de semana para ella poder hacer otras cosas, una reducción de jornada de él (que además confesó que quería pasar más tiempo con ellos) para que ella trabajara a media jornada,…

No sé, mi mujer tuvo momentos así, como digo, pero siempre lo hemos hablado y ha ido buscando la manera de encontrar tiempo para ella: estudiar una carrera a distancia, hacer pilates, ir a cenar con amigas, a algún concierto y cosas así, que le permiten ratos de ver a otras personas, compartir experiencias y saber que puede quererse y cuidarse sin que ello suponga poner en riesgo la estabilidad o el amor en casa.

Pero esto es algo que veo yo leyendo su relato y quizás hasta esté equivocado… porque nada es blanco o negro y la idiosincrasia de cada familia solo se conoce cuando se está dentro.

Al final me quedo con lo que he comentado unos párrafos más arriba: el instinto le llevó a hacer algo que sentía que debía hacer, pero luego se convirtió en algo que pensaba que debía hacer, pero ya no sentía. Y ese fue el principio de una maternidad en que la dedicación se transformó en sacrificio.

Fotos | Oleg Sidorenko, CIA DE FOTO, CIA DE FOTO en Flickr
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