Cuando aspirar a tener cultura y educación puede envenenar a las niñas

Antes de la llegada de los talibanes al poder en Afganistan (1996) las mujeres tenían una cierta posición social que les permitía participar en el ámbito político o económico. Y a pesar de que la tasa de alfabetización de mujeres era baja incluso antes de esa fecha, había mujeres maestras, funcionarias públicas, juezas, poetas o doctoras (entre otras profesiones destacadas).

Ahora muchas fuentes consideran Afganistan como el país más peligroso para las mujeres, teniendo en cuenta varios factores entre los que se encuentran la violencia (de tipo sexual o de otros tipos), la salud y la discriminación económica, sabemos que hasta hace muy poco ocupaba el lugar de 'peor país para ser madre'. De hecho la violación no está penada por la ley, es duro saberlo pero es así.

Cuando tras el atentado contra las torres gemelas de 2001, el país fue ocupado por los Estados Unidos, se acabó (aparentemente) el dominio de los talibanes y empezó una era de transición que pretendía proteger los derechos de la población y negociar con el régimen. A pesar de ello todos sabemos que algunos focos de fundamentalistas han seguido luchando por mantener su poder.

Recientemente hemos sabido de una serie de episodios que al parecer tampoco son tan novedosos: en los últimos meses se han producido envenenamientos en escuelas de las provincias de Takhar y Khost. Los inductores pueden haber sido radicales conservadores que se oponen a que las mujeres reciban educación. Hasta 120 niñas y tres profesoras fueron envenenadas por vía aérea en la escuela secundaria Bibe Hajera de Talogan, y una cifra que ronda las 170 mujeres y niñas resultaron enfermas tras haber bebido agua envenenada. Estos hechos han sucedido durante los meses de abril y mayo, pero aunque se pueda pensar que sólo se atacan los derechos de las mujeres (y es así mayoritariamente), también se registró un episodio tras el cual 400 niños habían sido intoxicados.

Observando al país desde fuera me invade un sentimiento de desesperanza por un lado, y de alivio por otro (no voy a negarlo) al pensar que he nacido en un lugar donde madres y bebés tienen asistencia sanitaria, y donde todos tenemos acceso a la cultura y la educación. Entre muchos afganos el sentimiento debe ser muy parecido (en lo tocante a la desesperanza), o peor incluso, porque ellos son los que están sufriendo las consecuencias: primero del régimen talibán, después de la guerra ‘que parece no acabar’ en la que están inmersos después de la intervención estadounidense. Y por último puede que si las fuerzas de seguridad nacional no se hacen cargo de la protección de los civiles cuando se retiren las tropas norteamericanas, la situación no haya avanzado demasiado

Envenenar el aire o el agua de los lugares donde las niñas y los niños estudian, no puede responder a nada más que al intento de dominación absoluta. A nadie se les escapa que el ‘saber nos hace libres’, pero atacar las personas que serán el futuro del país parece indicar que en Afganistan hay quien no desearía la prosperidad, sino la imposición de un modelo basado en la sumisión y la falta de libertades personales.

Y desde aquí que estamos lejos (o no tanto porque entre Madrid y Kabul hay poco más de 8150 kilómetros) más cultural que geográficamente, no podemos menos que pensar en esas niñas que por ansiar aprender han sido envenenadas. Al menos que este tipo de noticias no nos pasen desapercibidas.

Para finalizar os recomiendo la lectura de ‘La escuela secreta de Nasreen’, libro sobre el que escribimos el año pasado.

Imagen | DVIDSHUB en Flickr En Peques y Más | La escuela secreta de Nasreen. Una historia real de Afganistan

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