Mi experiencia con los pediatras poco amigos del colecho y la lactancia (I)

Mis experiencias con los pediatras poco amigos del colecho y la lactancia materna no fueron agradables. Los pediatras suelen hacer preguntas de todo tipo en la consulta, todas ellas destinadas, no cabe duda, a detectar posibles problemas en el bebé. Sin embargo, a veces sobrepasan el límite de la intimidad personal y se inmiscuyen en ciertas cuestiones que no creo que tengan nada que ver en su parcela de trabajo.

Yo, a fuerza de experiencia, me acostumbré a que hay cosas que no eran asunto del pediatra y otras en las que mi criterio como madre informada es el que debe valer. Quizá la primera cuestión que señalaría es que el pediatra es el médico que atiende las enfermedades de los niños y confirma su adecuado desarrollo. Sin embargo, en su formación o en su cultura, suelen caer en ciertas ideas que considero obsoletas y que les llevan a cuestionar los planteamientos de crianza de los padres o a imponer conceptos falsos o meramente opinables.

La lactancia materna es la primera piedra en el camino, al menos lo fue en mi experiencia, y me gustaría que los lectores compartan con nosotros sus vivencias en este sentido. Mi primera pediatra, muy recomendada en mi pueblo, me temo que había dejado de reciclarse hacía bastantes años y su apoyo a la lactancia materna era irreal.

Nosotros salimos del hospital con lactancia artificial y con seguimiento domiciliario por alta precoz, ya que el bebé pesaba menos de dos kilos. Durante dos duros meses fuimos logrando la relactación y a los dos meses se alimentaba exclusivamente con el pecho. Para ella esto era una cuestión secundaria y no aportó ninguna ayuda.

Cuando comencé a trabajar mantuve la lactancia y proporcionaba la leche materna a mi hijo mediante un extractor. Ella, por contra, consideraba que la alimentación complementaría debía empezar a los cuatro meses sin considerar siquiera que mi hijo había sido prematuro y que tenía una curva de crecimiento excelente.

Afortunadamente no le hice caso y a partir de entonces mi confianza en ella decreció, sobre todo a medida que investigaba por mi cuenta. La pediatra insistía en que el pecho debía darlo siempre después de la papilla y no antes. Asimismo me indicaba y hasta regalaba muestras de leche artificial y papillas de cereales industriales para que se las diera en vez de la leche materna extraída y las cremas de arroz o maíz natural que le daba. Si yo no hubiese sido firme y me hubiese informado seguramente la lactancia se habría acabado entonces.

Mi leche, a partir del sexto mes, ya no era importante, lo que contaba era que el niño se tomara medio litro de leche artificial al día, un montón de alimentación complementaria en vez de pecho y sobre todo, que aplicará el método Estivill para que durmiera solo y en su habitación si no quería que se volviera medio trastornado. Cada consulta terminaba en peores términos, pues no permito que me traten de inconsciente o ignorante, y menos por no querer usar una leche que no le hacía falta a mi hijo, que por supuesto seguía creciendo estupendamente. Al año el niño debía estar destetado.

Llegué a mi límite. Mi leche, según ella, ya era solo agua y no podía tener casi leche dijera lo que dijera. El niño seguía perfectamente en sus percentiles y estaba sanísimo y activo, pero eso no contaba. Sus conocimientos por ciencia infusa eran superiores a cualquier recomendación de la OMS o de la AEP. Por supuesto, cambié de pediatra, siguiendo con la lactancia a demanda siempre que estaba en casa y complementándola con alimentación adecuada y natural.

Posteriormente encontré de todo. Algunos se asombraban de que un niño de dos o tres años tomase el pecho pero reconocían que la OMS lo recomendaba aunque lo consideraban algo anecdótico. Cuando preguntaban cuanta leche tomaba yo estaba muy segura de lo que decir: toma toda la que quiere y de la mejor del mundo.

Incluso encontré una pediatra encantadora que después de charlar con mi hijo y asombrarse de su capacidad de expresión, me felicitaba por mantener la lactancia a los cuatro años, considerando que era uno de los factores que inciden en un mayor desarrollo intelectual y salud general.

Claro, la alimentación era otra cosa. Había que comer papillas y comer acelgas a riesgo de quedar desnutrido y había que comer de todo absolutamente y en cantidades enormes. Mi hijo siempre comió poca cantidad y de toda clase de alimentos, teniendo una dieta completa. Pero comía lo que quería y la cantidad que quería.

Mañana os cuento como fueron evolucionando las cosas y sobre todo, como enfrenté el tema del colecho.

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