Frases que no hay que decir: "Lo digo yo y punto"

Seguimos, dentro de nuestro Curso de maternidad y paternidad, repasando y analizando algunas de esas frases no convenientes que, casi como muletillas, los padres podemos estar tentados a usar. Una de ellas es “lo digo yo y punto”.

Los niños a veces no quieren hacer algo necesario: vestirse adecuadamente, subir a casa del parque, comerse las verduras o ponerse el abrigo aunque creamos que hace frío. Y eso llega a ponernos nerviosos por muy tranquilamente que hayamos comenzado la conversación.

Somos humanos y tenemos nuestros límites. La paciencia, la regla de oro de la crianza, no es infinita, aunque, la verdad, para los padres es la mejor de las fortalezas. Pero, admitámoslo, los mejores padres del mundo también llega un momento en el que tienen que zanjar una situación cuando han agotado todos sus recursos.

Pero, si nos acordamos de cuando erámos niños, seguro que nos molestaba ese “lo digo yo y punto” que tuvimos que escuchar. Una frase odiosa que te dejaba con un sabor de boca malísimo, y con la idea de que nuestras opiniones no importaban a nadie, que la autoridad de los padres no se sustentaba en la razón, sino en el poder. Una frase que transmite injusticia y falta de valor.

Llegar a acuerdos sobre las normas

Lo primero sería que todos tuvieramos claras cuales son las normas que hay que cumplir en nuestro hogar y que sean lo más equilibradas, racionales y justas para todos, incluyendo a los niños.

Luego, repito siempre, tendríamos que ser capaces de plantearnos si nuestra demanda es necesaria realmente y si es justa. Luego, si nuestra respuesta sincera es que lo es, hay que pasar a explicar al niño con toda tranquilidad y paciencia las razones por las que consideramos necesario que hagan algo en ese momento (o que no lo haga).

Las explicaciones deben estar adaptadas a la comprensión verbal y desarrollo cognitivo del niño, a su maduración y su manejo del lenguaje abstacto. Deben ser realizadas en un tono amable, respetuoso, sin juicios de valor, ni ataques personales ni chantajes emocionales.

Las explicaciones son indispensables

Tenemos que intentar darlas mirándolos a la casa y a su altura si es posible. Debemos, además, adaptarnos a su situación emocional, pues no es lo mismo una conversación con un niño tranquilo que con uno en medio de un desborde emocional o que esté llorando desconsoladamente. Primero, atendamos su situación anímica, luego, pasemos a las explicaciones.

Una estrategia de comunicación que surte un gran efecto es el que verbalicemos que comprendemos sus sentimientos. No tienen que tener ganas de subir a casa si están jugando felices en el parque, no entienden la prisa pues los horarios no son algo que ellos decidan ni precisen, y, por supuesto, tienen todo el derecho a aborrecer las lentejas. Digamoslo.

Ayudémosles a que ellos se expresen y manifiesten su opinión sin miedo a que eso nos enfade más. Una vez hemos reconocido sus opiniones y, justamente, las valoremos, si sigue siendo necesario hacer lo que hemos decidido, expliquemos nuestros motivos.

Frustración y nobleza

Llegados a ese punto puede que el niño llore o se enfade al enfrentarse a algo que le produce pena o frustración. Ellos no tienen nuestra experiencia ni contención y es normal y sano que expresen, siempre con el límite de no dañar a nadie, que se sienten mal.

Pero esto les hace mucho más accesibles y estarán dispuestos a entender nuestros motivos y a aceptar la situación aunque les cause disgusto.

Los niños, naturalmente, están deseosos de complacernos y abiertos a aprender de nosotros, que somos esos seres poderosos, sabios y amorosos que la vida ha puesto a su lado para ayudarles a desarrollarse. No será a la primera, no será siempre, pero, a la larga, mantener una relación de respeto y confianza hará que os resulte mucho más sencillo manejar los conflictos.

Entenderán si les dejamos su ritmo para entender y nos acostumbramos a dejar que expresen sus opiniones y sentimientos. Ya se que no es todo tan sencillo y que habrá veces que, por la urgencia de la requerida intervención o lo eterno de la discusión hay que ponerle fin. Por supuesto. Pero, si hemos acostumbrado a usar los pasos anteriormente descritos las ocasiones se habrán reducido al mínimo.

Cuando sea necesario tomar una resolución hagámoslo con nobleza, pues, es obvio que la autoridad para decidir la tenemos nosotros en último caso. Sin embargo, cuando hemos hecho todos los esfuerzos para explicarnos y es una fórmula habitual en nuestra familia que sea así, el niño aceptará mucho mejor el ceder y entenderá que hay razones, aunque no esté completamente deacuerdo con ellas.

Frases que no debemos usar como “lo digo yo y punto” puede que sean un recurso socorrido pero no aportan nada a un debate constructivo ni fomentan la comunicación armónica. Nuestro objetivo, ante cualquier conflicto, es enseñar al niño a escuchar, comprender y a llegar a acuerdos. Y podemos conseguirlo con un poco de esfuerzo por nuestra parte.

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