El miedo
Ser Padres

El miedo

Cuando estás soltero y te juntas con parejas con niños, como amigos, tus hermanos o simplemente con vecinos, hablas con ellos y cometes el error de decir que a ti te gustaría también ser padre, en ese momento es como si abrieses de golpe una olla a presión. No hay nada que le guste más a un padre o madre que hablar de su paternidad. Muchos te hablarán de las noches sin dormir, de las tardes eternas cuando empiezan con el no, de pequeñas gamberradas o de las grandes, en definitiva toda una serie de motivos por los que deberías seguir tal cuál estás, es decir, sin tener hijos.

Luego, cuando se terminan las dos primeras cervezas siempre llega el "pero", ese momento de paz en la tormenta, un "pero... no sabría que hacer ahora sin ellos" un "pero... esas risas pueden conmigo", "pero...nunca he sido tan feliz" y entonces vuelves a desear de nuevo tener a un par de ellos corriendo por el salón. Pero lo que nunca nadie te cuenta, de lo que nadie va a hablarte, lo que nadie quiere sacar del fondo de su propia caja de Pandora, es el miedo.

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La sombra sobre tu cabeza

El miedo viene a colocarse sobre ti desde el momento en que sabes que vas a tener un hijo. Una nueva vida que va a depender de vosotros, ¿estará bien? ¿aguantaré todo el embarazo? ¿lo perderé? ¿seré el padre que ella espera que sea? ¿seré una buena madre? Luego vienen los miedos a futuro, ¿serás capaz? ¿Estarás a la altura? ¿Cuántos errores cometerás?

Son las incertidumbres que os quitarán más de una noche de sueño y es que aún no ha llegado y ya estáis preocupados pensando en como será el mañana.

Son miedos perfectamente lógicos y normales que se sobrellevan pues aún no estamos metidos de lleno en la paternidad, pero si que podemos ir viendo como se asoma.

Luego, cuando tienes por fin a tu hijo en brazos y ves que todo está más o menos bien destierras parte de esos miedos que te han acompañado durante nueve meses. El problema, es que sólo han dejado hueco a otros nuevos.

Cuando le sientes, cuando notas tanta vida en un cuerpo tan pequeño, tan frágil y débil es cuando os atacan de nuevo las sombras y entonces levantas, junto con tu pareja, un muro de protección entorno a ti y los tuyos, es el instinto de madre o padre el que parece se ha despertado y os pasaréis días, semanas, meses, vigilando cada paso que da vuestro hijo, casa cosa que se lleva a la boca, lo esterilizas todo, lo vigilas todo, le vigilas cuando juega, cuando come, cuando duerme, te levantas si no se mueve. (Esa sensación de ¿está respirando?¿Por qué no le oigo respirar? termina siendo realmente angustiosa si te dejas llevar y no lo controlas a tiempo).

Y siguen creciendo...y los miedos siguen cambiando

No, los miedos no se van, al menos no del todo. Ya han crecido, el miedo a que les pase algo físico, una enfermedad grave, un golpe, etc han disminuido o al menos has aprendido a vivir sin que afecten demasiado a tu vida, eso si, el día que te suena el móvil y ves en la pantalla el número del colegio se te pasa de todo por la cabeza.

"Ni Stefen King, Viernes 13, ni Hacienda. Nada te da más miedo que el que suene el móvil y salga el número del colegio en la pantalla"

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Sin embargo ahora comienzan nuevos miedos, ahora llegan las dudas, el no saber si lo estás haciendo bien o no, porque de la noche a la mañana, sin saber muy bien como te encuentras con un niño diferente, uno al que ya no le gusta nada de lo que ayer le encantaba, que no quiere jugar a su juego preferido y que se ha enfadado con los que eran sus mejores amigos, pero eso pasa también.

Años más tarde vuelves a encontrarte de nuevo ante un adolescente que ha dejado de ser el niño risueño para el que eras su ídolo, la mejor madre del mundo, el padre perfecto, a un joven al que casi ni reconoces y que no quiere saber nada de ti, o casi. Y vuelven los miedos, ¿lo habrás hecho bien?

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Y llegan esos días difíciles y te desbordas, y no sabes ya si lo haces bien o mal, si la culpa es tuya, de tu pareja, del niño o la sociedad, porque vuelves a encontrarte perdido.

Pero el mayor de los miedos, el que nunca se va pero terminas por hacerte a él y seguir con tu día a día, es el miedo a perderlo todo, a levantarte un día y que esos ojos tan vivos no estén ahí para mirarte, que esas manitas nunca más vuelvan a buscar la tuya, que ya nadie quiera dormirse encima tuyo, que nunca te vuelvan a llamar mamá o papá.

Foto | thinStock
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