"No podemos girar la cabeza ¡algo habrá que hacer!": Eva Compés nos habla de su estancia en Lesbos con "Médicos del Mundo"
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"No podemos girar la cabeza ¡algo habrá que hacer!": Eva Compés nos habla de su estancia en Lesbos con "Médicos del Mundo"

Las entrevistas siempre son interesantes. Conoces de primera mano la realidad del entrevistado. Con algunas te ríes al descubrirla y en otras, irremediablemente, te rompes cuando él o ella la comparte contigo. Eva Compés se ha ido un mes a la isla de Lesbos de la mano de Médicos del Mundo y a la vuelta ha sacado un momento para contarnos lo que ella ha vivido allí, en primera persona, sin pantallas que mitiguen la realidad, sin paños calientes, sin hipocresías ni postureos.

Miles de personas a diario han pasado por la isla de Lesvos mujeres, niños, enfermos, jóvenes, ancianos, todos huyendo de la muerte y encontrando el abandono de Europa y nuestros gobiernos, como ciudadanos “tendríamos que quejarnos mucho más” dice Eva que aún hoy no consigue entender el comportamiento de los gobiernos europeos y mucho menos después de la firma del tratado con Turquía.

Eva es madrileña, tiene dos hijos y trabaja como enfermera. Siempre ha tenido la intención de hacer cooperación internacional cuando llegara el momento, cuando sus hijos han sido algo más mayores e independientes como para que mamá saliera de casa un mes por ejemplo, como en este caso.

“Sí, a mis hijos les cuento todo. Cuando yo me voy todo se habla con ellos, va a ser tanto tiempo, si les parece bien y claro, después les cuento lo que he hecho. La vuelta aprovecho para concienciar pero no sólo a mis hijos que están concienciados como es lógico.”

Una realidad que debe ser conocida

La concienciación y la divulgación de lo que se hace en estas campañas es fundamental y desde las ONGs como Médicos del Mundo lo saben “lo que plantea Médicos del Mundo es que se sepa lo que pasa, que la gente sepa lo que pasa y lo que no. He ido a un instituto a dar una charla también y seguramente iré a más pero aun así no se puede transmitir todo lo que está pasando.”

Eva Lesbos3

De 1.500 a 2.000 personas a diario han estado llegando a la pequeña isla griega de Lesbos de 16.000 km cuadrados y que hasta esta catástrofe humanitaria contaba con una población en torno a los 85.000 habitantes. Ahora la isla está completamente desbordada y sus habitantes han modificado sus rutinas integrando en ella a la avalancha continua de personas que buscan en Europa “un sitio tranquilo donde poder vivir y que sus hijos puedan ir al colegio” como le decían a Eva ellos mismos.

Como es habitual los niños y las mujeres son los más vulnerables en una situación tan desastrosa e ilógica como es la que están viviendo los refugiados, los casos concretos a veces ayudan a humanizar estas grandes cifras que como meros espectadores nos superan.

“Una vez vino una madre con su hijo pequeño para que le miráramos el oído al niño porque le habían dado un golpe. Lo miramos, el oído estaba bien, no vimos nada raro y ella nos empezó a contar su historia.

Era una mujer afgana que vivía en Pakistán desde que tenía siete años, se casó por amor pero sus suegros la detestaban, de hecho su suegro mató a uno de sus hijos siendo bebé y engañó a su marido diciendo que había sido ella. El marido la creyó a ella pero seguían viviendo bajo el techo de los padres de él. Lamentablemente el marido murió por una bomba y ella entendió que tenía que huir con su segundo hijo antes de que su suegro la matara a ella y al niño.
Ella no tenía dinero así que ¿cómo se paga este viaje una mujer?

Estuvo veinticinco días encerrada en un cuarto junto a otra mujer y los hijos de ambas y ambas eran violadas por un número indeterminado de hombres. Uno de esos días a su hijo, alguno de esos hombres le dio alcohol para beber, el niño como es lógico se puso malito y vomitó y esos hombres le dieron una paliza.
De ahí venía el golpe en el oído que ella quería que viéramos..."

Pero las circunstancias y las historias personales, como la de esta mujer, no se solucionan ni mejoran al llegar a esta Europa:

“…ella no tiene derecho al estatuto de refugiado porque Europa ha decidido que los afganos no viven ya en guerra y además ella no puede demostrar que es afgana y la toman por paquistaní pero tampoco puede demostrar que la familia de su marido la matará si vuelve a Pakistán.
Días después de verla en el centro, una compañera la encontró en una cuneta dándose golpes en la cabeza con una roca. Había intentado asfixiar a su hijo y matarse ella porque no quería volver a pasar por el calvario de regresar a Pakistán.
¿Cuál es su opción hasta llegar a Alemania donde ella tenía un hermano?
Volver a ponerse en manos de las mafias...”

Una catástrofe humanitaria

Esto está pasando a escasos kilómetros de nuestro país, de nuestra vida, de nuestra casa, de nuestros hijos. Esto está pasando hoy, ahora, con otros niños que no son los nuestros y otras madres que no somos nosotras.

¿Qué podemos hacer desde aquí para tratar de ayudar? le pregunto a Eva.

“Es verdad que no hace falta irse todos allí pero recoger material, donar a las ONGs que están trabajando en Grecia como hacemos desde Médicos del Mundo, quejarse, quejarse mucho.
Tendríamos que quejarnos mucho más, recogidas de firmas… todo suma y podemos hacer cada uno un montón de cosas. Concienciar a nuestro vecino, por ejemplo.
Me siento fatal cuando coincido con gente y me pregunta que donde he estado, les respondo que en Lesbos y me sueltan “¿y qué pasa allí?” es una sensación triste, muy triste. La gente vive su vida y eso a mí, ahora mismo que a lo mejor es porque tengo la herida en carne viva, es como echarme sal en ella.
O que pongas la televisión en el trabajo y te digan “¡ay, quítalo porque me pone triste”, ya claro, a ti te pone triste pero es que esto pasa y no podemos girar la cabeza ¡algo habrá que hacer! Nos da igual todo y tengo cada vez más claro que necesitaríamos estar doce horas en el cuerpo de otra persona, nada más, para ver a tus hijos empapados y ver a gente que no sabe dónde ir y que te dicen que sólo quieren vivir en un sitio tranquilo donde sus hijos puedan ir a la escuela, que es que las mujeres afganas son analfabetas, que en su país no las dejan estudiar.”

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No es un terremoto, no es una pandemia, no es un tsunami… es un conflicto armado detrás de otro, es una guerra detrás de otra, es un éxodo humano de personas que solo quieren una oportunidad para poder seguir con sus vidas y como es lógico, para la gente que como Eva trata de ayudar sobre el terreno “…la sensación de frustración y mucha, muchísima impotencia, es continua.”

Incluso como cuando hay visitas de políticos preocupados por lo que está ocurriendo y que se desplazan hasta el terreno para darle una visibilidad en los medios de comunicación que poco a poco va perdiendo, como pasó cuando fue Mónica Oltra quien se acercó hasta Moria:

“…nosotras teníamos turno de trabajo y no podíamos ir pero dio la casualidad de que yo fui donde ella estaba porque acompañé a una familia y a pesar de que soy incapaz de abordar a alguien porque me da una vergüenza terrible, sentí la necesidad de que esa vez tenía que hacerlo y me acerqué a ella.
Le agradecí que hubiera venido y Mónica le dijo, no hombre gracias a vosotros y me preguntó “¿y esto es siempre así?” (teniendo en cuenta que para ella como para todos los que han ido, los militares previamente lo habían medio adecentado un poco, medio limpiado antes de enseñarle el centro). Yo no pude seguir y rompí a llorar “¿Qué si esto está siempre así? ¡Así no, es peor!¡Por favor haced algo, esto no puede seguir así!¡Sólo podéis hacer algo vosotros!”
Todo entre lágrimas, yo no podía decir nada más, la persona que la acompañaba a ella también llorando…
Es que hay que verlo, los niños destrozados de sueño durmiendo en el suelo de cualquier manera, la gente empapada sentada en el suelo haciendo unas colas enormes para que les den un platito de arroz.
Es que ni siquiera piden, yo me quedé con la idea de ir tocándoles los pies para ver si estaban o no mojados ¡y encima te dan las gracias y además dejan sus zapatos mojados para el que venga, para que los encuentre secos!

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50.000 personas se pierden en Grecia, sin poder acceder a una Europa que ha cerrado sus puertas firmando un tratado con Turquía por el que se vulneran tanto la Convención de Ginebra como los derechos humanos más básicos.

50.000 personas tienen que elegir entre perder la vida o morir, no hay muchas más opciones. Los campos de refugiados que antes eran de tránsito ahora son de contención, no hay salida hacia Europa, no existe esa esperanza para ellos… a menos que algo cambie en nosotros.

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