¿Por qué mienten los ñiños? ¿Es normal que mientan?

¿Por qué mienten los ñiños? ¿Es normal que mientan?
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Los niños normalmente empiezan a mentir en edad de preescolar, entre dos y cuatro años, siendo un motivo de preocupación para algunos padres que piensan que estos intentos deliberados de engañar son una señal de que su hijo se acabará convirtiendo en un pequeño granuja.

Sin embargo, la mentira es una parte normal del desarrollo de un niño y uno de los primeros indicios de que ha desarrollado una "teoría de la mente": la capacidad de ser conscientes de que otras personas tienen deseos, sentimientos y creencias diferentes a los propios. Cuando un niño dice de manera engañosa que "Papá dijo que podía comer helado" está utilizando esta conciencia de las mentes ajenas para sembrar duda.

Aunque el hecho de mentir puede que no sea algo deseable a nivel social, la capacidad de saber qué piensan y sienten otras personas es una aptitud social muy importante, puesto que nos ayuda a empatizar, cooperar y preocuparnos por los demás cuando lo están pasando mal.

La forma de mentir cambia con la edad

Las primeras mentiras de los niños pequeños suelen ser más bien graciosas y poco efectivas. Piensa en un niño que asegura que no ha comido pastel cuando todavía tiene la boca llena o que culpa al perro de la familia de los dibujos en las paredes. Puede que los niños pequeños sean conscientes de que pueden engañar a los demás, pero todavía no se les da del todo bien.

Antes de los ocho años, los niños suelen delatarse a sí mismos al mentir. En un estudio se pedía a niños de entre tres y siete años que no echaran un vistazo a un juguete misterioso (Barney) que había sido colocado a sus espaldas. Casi todos los niños miraron y casi todo mintieron posteriormente (algo que se incrementaba con la edad).

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Pero casi todos también tenían problemas para defender su mentira. Mientras que a los pequeños mentirosos de entre tres y cinco años se les daba muy bien mantener la compostura, solían delatarse al describir el juguete por su nombre. Los mentirosos de entres seis y siete años tenían más éxito y la mitad fingía no saber nada, mientras que la otra mitad decía el nombre de Barney sin querer.

A medida que los niños se hacen mayores y se desarrolla su capacidad de ver las cosas con otros puntos de vista son más capaces de entender el tipo de mentiras que otras personas pueden creerse. También se les da mejor mantener la mentira con el tiempo.

Pero también se desarrolla la moral personal y los niños más pequeños son más propensos a mentir por el interés propio, mientras que los niños más mayores se sienten cada vez peor si mienten.

Los niños más mayores y los adolescentes también son más propensos a distinguir entre los diferentes tipos de mentiras: consideran que las mentiras piadosas son más apropiadas que las mentiras que pueden hacer daño o ser antisociales.

Existen pocos estudios sobre la frecuencia en la que los niños y los adolescentes mienten, pero los adolescentes son muy propensos a mentir a sus padres y a sus profesores sobre cosas que consideran que son sus asuntos personales.

Un estudio descubrió que el 82% de los adolescentes de EE.UU. afirmaba haber mentido a sus padres sobre dinero, alcohol, drogas, amistades, relaciones amorosas, fiestas o sexo durante el último año. Los temas sobre los que más mentían eran sus amistades [67%) y el uso de alcohol/drogas (65%). Sorprendentemente, pero el tema sobre el que menos solían mentir era el sexo (32%).

En el caso de situaciones en las que el protagonista les mentía a sus padres, los adolescentes consideraban que la mentira era aceptable si servía para ayudar a alguien o para guardar un secreto personal, pero no si podía perjudicar o dañar a alguien.

¿Mentir es un motivo de preocupación?

A pesar de su prevalencia, las mentiras entre los niños rara vez deberían ser un motivo de preocupación. Es importante recordar que muchos adultos también mienten: a veces de buena fe, como en el caso de las mentiras piadosas para proteger los sentimientos de otra persona, y a veces de forma malintencionada. Aunque los datos pueden ser muy diferentes, un estudio descubrió que aproximadamente un 40% de los adultos en EE.UU. afirmaba haber mentido en las últimas 24 horas.

En algunos casos, mentir de forma impulsiva puede ser un motivo de preocupación si va acompañado de otros síntomas de comportamiento inapropiado. Por ejemplo, mentir con el fin de engañar es algo común en los trastornos de oposición desafiante o trastornos de conducta (TDAH).

Los adolescentes con trastornos de conducta o TDAH pueden causar bastantes problemas en sus casas o en los centros educativos debido a su conducta agresiva hacia otra personas u objetos. Pero mentir solamente sería un indicio de este tipo de trastornos si también se presentan otros síntomas como la negativa de respetar a las figuras de autoridad, una violación persistente de las reglas establecidas y la incapacidad de responsabilizarse de sus acciones.

Los padres también pueden preocuparse si las mentiras son utilizadas para esconder otros problemas de salud mental relacionados con el miedo o la vergüenza. Por ejemplo, un niño o un adolescente que tenga problemas graves de ansiedad podría mentir de forma compulsiva para evitar enfrentarse a situaciones difíciles que les provoquen ansiedad (como el colegio, las fiestas, los gérmenes, etc).

También pueden mentir para evitar el estigma de las enfermedades mentales. En dichos casos la consulta con un médico o con un profesional de salud mental (como un psicólogo o un psiquiatra) ayudará a esclarecer si las mentiras son un indicio de un problema de salud mental.

Los padres y los profesores marcan la diferencia

Aunque la mentira es una parte normal del desarrollo, los padres y los profesores pueden ayudar a los niños a que digan la verdad de tres formas.

Primero, se aconseja evitar castigos excesivos o exagerados. En un estudio en el que se comparaba una escuela del oeste de África en la que se utilizaban castigos punitivos (como golpear con un palo, bofetadas o pellizcos) con una escuela que utilizaba reprimendas no punitivas (como horas extras o reprimendas), los alumnos de la escuela con castigos punitivos eran más propensos a ser unos mentirosos eficaces.

Los niños de familias que hacen mucho hincapié en seguir las reglas y no están abiertas al diálogo también afirmaban mentir más a menudo.

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Si sabes que tu hijo te está intentando engañar a propósito, puedes abordar tu respuesta de forma más eficaz.

Segundo, es necesario discutir posibles situaciones emocionales y morales con los niños. Este tipo de "aprendizaje de emociones" ayuda a los niños a entender cuando las mentiras hacen más daño, de qué manera afectan a otras personas y cómo se pueden sentir ellos mismos cuando mienten. A medida que pasa el tiempo los niños pueden sentirse orgullosos de decir la verdad y los padres pueden hacer hincapié en estos aspectos positivos.

Tercero, hay que asegurarse de que la mentira es realmente una mentira. Los niños más pequeños son propensos a confundir la realidad de la imaginación, mientras que los niños más mayores y los adultos muchas veces recuerdan las discusiones de forma diferente. Si un niño dice haber sufrido abusos físicos o sexuales, siempre se han de analizar este tipo de alegaciones. Diferenciando si existe o no un intento de engaño, los padres y los profesores pueden responder de forma más efectiva.

Mentir es una parte normal del desarrollo de los niños

Mentir es una parte normal del desarrollo y un indicio importante de que también se están desarrollando otras capacidades cognitivas.

Si las mentiras persisten y son un impedimento en la capacidad del niño para funcionar de forma correcta en el día a día, lo aconsejable es acudir a un experto en salud mental o al médico de confianza.

Pero por lo demás no hay que olvidar que mentir es una de las muchas formas que los niños tienen para aprender a navegar en la sociedad. Las discusiones abiertas y sinceras sobre decir la verdad deberían ayudar a reducir el número de mentiras a medida que el niño continúa desarrollándose.

Autoras: Penny Van Bergen, Profesora Titular de Psicología Educativa, Universidad de Macquarie y Carol Newall, psicóloga y profesora de infantil, Macquarie University

Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.

Traducido por Silvestre Urbón.

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