Mi hijo es demasiado perfeccionista: cómo son estos niños y cómo puedes ayudarles
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Mi hijo es demasiado perfeccionista: cómo son estos niños y cómo puedes ayudarles

Enfadarse si se ha salido del dibujo y acabar rompiendo el papel, tirar las sábanas porque la cama no está quedando como esperaba, son algunas conductas que podemos observar en niños excesivamente perfeccionistas.

Frustración, ansiedad y problemas de autoestima son algunas de las complicaciones que puede traer el perfeccionismo. Te contamos cómo abordarlo desde casa para ayudar a tu hijo a gestionarlo.

¿Cómo es un niño perfeccionista?

Estas son algunas de las características que suelen presentar estos niños, sin embargo su presencia aislada no necesariamente ha de ser indicativo de que algo sucede. Si tienes la más mínima duda acerca del bienestar de tu hijo consulta con un especialista. Dicho esto, vamos con algunos rasgos de los niños perfeccionistas:

Una de las características más marcadas es que suelen ser muy exigentes consigo mismos y establecen unos estándares difíciles de alcanzar. La frustración que les genera no cumplir con esos límites deriva en rabietas, malestar e incluso ansiedad.

Estos niños tienden a preferir actividades en las que se manejan bien, lo que popularmente conocemos como zona de confort, y evitan participar en aquellas que no controlan o no dominan por miedo a no “hacerlo bien”.

Son muy permeables a la opinión de los demás (especialmente a la de las figuras de apego) y suelen estar muy pendientes de la valoración que se les hace (sea explícita o no). De fondo está activa la creencia “Si lo hago bien, me querrán” (y por tanto “si lo hago mal…”).

Se machacan en exceso con los errores y se autovaloran y refuerzan muy poco en los logros, que de hecho tienden a menospreciar.

En cuanto al carácter, suelen ser niños introvertidos, aunque no rechazan las relaciones sociales.

¿Los padres tenemos algo que ver?

Si bien es cierto que en esto entran en juego muchos factores (no se debe a una única causa), como puede ser la personalidad del niño, lo cierto es que determinados mensajes que lanzamos los padres, y algunas de nuestras conductas, pueden tener un impacto en el peque.

Los halagos excesivos o exagerados como “Eres el mejor”, “Eres el más listo”, que a priori pueden parecer positivos, pueden convertirse para el niño en un mensaje de presión al colocar el listón realmente arriba. “Así es como debo ser”.

Así mismo los mensajes directos y las expectativas que proyectamos en ellos, como por el rendimiento académico, deportivo, etc. también pueden convertirse en un arma de doble filo y acabar siendo pura exigencia… y finalmente autoexigencia del niño.

Por otra parte nuestra conducta, que siempre es fuente de aprendizaje para los niños, también puede estar transmitiendo mensajes negativos sin darnos cuenta acerca del fracaso o de los errores. ¿Nos fustigamos delante del niño cuando nos equivocamos? ¿Nos reprochamos unos a otros los fallos?

Reflexionar sobre nuestros comentarios y conductas puede ser muy positivo para todos.

¿Qué podemos hacer en casa?

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  • Reforcemos el esfuerzo en lugar del logro. Dividamos la tarea en partes y vayamos reforzando cada una de esas partes, en lugar de hacerlo sobre el total o sobre el objetivo. Si está haciendo la cama, por ejemplo, podemos comentarle lo bien que ha colocado la sábana encimera, y que “si nos puede explicar cómo lo ha hecho tan bien”. De esta manera irá desligando el refuerzo sobre el total, que es mucho más difícil de alcanzar.

  • Redefinir el concepto de Error. Enseñémosle que cometer errores no es negativo, al contrario, la ciencia sin ir más lejos y muchos de los más grandes inventores han realizado grandes avances tras haber cometido miles de errores antes. Todos nos equivocamos, todos, y no pasa nada: los errores son oportunidades de aprendizaje.

  • Haz de modelo. Como decía antes, los padres y nuestra conducta son una fuente total de aprendizaje para los peques, así que aprovechémosla. Cuando cometamos errores delante de ellos elaboremos la situación de manera que el fallo no sea algo negativo, restémosle importancia, comentemos qué alternativas tenemos, qué ventajas ha tenido ese error. Por ejemplo: si vamos con el peque en el coche y nos hemos pasado una calle, en lugar de machacarnos podemos decir: “Pues mira, me he pasado, pero así estamos más rato juntos en el coche, y tampoco pasa nada por dos minutos más. ¿Cantamos una canción?”.

  • Momento de confesiones. Algo que funciona muy bien es reunirnos la familia un ratito cada cierto tiempo, una vez a la semana, por ejemplo (de manera informal, no hay que hacer un evento de esto) para contar, con mucho humor, “nuestras pifias de los últimos días”. De esta forma trabajamos muchos de los aspectos que he comentado antes: ser modelo, entender que el error no es siempre negativo, etc. Además, al usar humor le estamos quitando mucho mucho hierro al asunto.

Y como siempre señalo, si tenemos dudas o si creemos que nuestro hijo lo está pasando mal, lo mejor es acudir a un profesional de confianza que nos de pautas concretas y adaptadas para abordar el tema.

Fotos | iStockphoto
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